Entrenan duro y tienen rutinas de trabajo muy estrictas. Están siempre
listos para acompañar a un ciego, ayudar a un nene en una terapia, buscar
víctimas en catástrofes, detectar explosivos y drogas o custodiar gente. No
es que no les guste dormir, jugar o revolcarse. Son perros que trabajan. Y
parecen contentos. O al menos eso dicen sus colas movedizas.
"Pueden mejorar la calidad de vida
de una persona"
El despertador suena en la casona de
Flores. Son las seis de la mañana de un miércoles cualquiera. Elsa aparece
con los baldes de alimento balanceado y las pastillas antioxidantes. Ellos
se abalanzan sobre la comida y desconfían de la pastilla, pero la tragan.
¿Toca baño con shampú o limpieza de dientes? Por suerte parece que nada de
eso ocurrirá hoy: irán directo al trabajo. Elsa vuelve a acercarse, esta vez
ya sin camisón, y todos se amontonan para subir a la rural Renault 21. No es
fácil acomodarse porque son nueve, pero afortunadamente el trayecto al
Parque Roca es corto. Son las ocho en punto. Es hora de trabajar.
Excitadísimos, bajan del auto dos labradores negros: son Sheena y Tamy. Los
siguen Delfina y Dreamer (labradores dorados), Brenda, Sheila y Mora (golden
retriever doradas), Runny (shetland) y Axel (caniche). De a poco, llegan los
pacientes de Zooterapia, un programa que depende de la Secretaría de
Promoción Social de la comuna. Y Elsa Szwarcman, además de ser la dueña de
los nueve perros —tiene 22, pero los otros 13 no trabajan—, está al frente
de todo. La mujer es psicóloga e impulsora de este programa, que es
gratuito.
Si bien es una técnica bastante antigua, la Zooterapia llegó al país y luego
al Parque Roca hace cuatro años. Ya cuenta con 219 pacientes: autistas,
cuadripléjicos, síndrome de Dawn, espásticos, epilépticos. Tienen entre uno
y 38 años, y algún problema genético o un retraso madurativo.
En eso llega Christian, un nene de 8 años, cuadripléjico. Enseguida se
acercan los golden Delfina y Dreamer. Le lamen sus manos, sus piernas. Le
mueven la cola, las orejas. Le apoyan sus cabecitas en la falda. Lo miran
fijo a los ojos, parpadean. Y el nene responde a cada gesto.
"Es increíble lo que progresó desde que ve a los perritos. Pensar que lo
habían desahuciado y en ningún hospital querían hacerle rehabilitación
porque decían que no valía la pena. Ahora te toca la mano, te tira del pelo,
saca la lengua, se ríe, se mueve en la cama y hasta se intenta parar. Eso
significa esperanza", dice Silvia, la mamá.
"El perro es el único ser vivo que soporta el dolor propio y el ajeno. Y es
capaz de romper, con un lengüetazo, la cápsula o la burbuja en la que están.
Entonces es cuando empieza a trabajar el psicólogo", explica Nancy
Centurión, la entrenadora. "Un perro es capaz de mejorar la calidad de vida
de una persona. En esta terapia el perro funciona como el elemento de
canalización de angustias. Además, no existe persona que se inhiba frente a
un perro. Se actúa tal cual uno es", asegura Elsa.
Marisa Frías es otra madre agradecida: "Lo traje a Juan, que tiene 3 años,
porque tiene unos problemas de conducta terribles y cuando está con los
perritos se relaja, se tranquiliza", dice. "La paciencia de los perros, que
van a responder con un dulce lengüetazo frente a la agresión, lo van a sacar
de la violencia", asegura Elsa.
La rutina sigue hasta el mediodía. Entonces es hora de volver a casa para
comer. A la tarde toca visita a un hogar de ancianos. Luego, el chapuzón en
la pelopincho, una buena cena y un sueño reparador de ¡nueve horas! Elsa
justifica todos los excesos: "Es que estos perros, por su trabajo, no pueden
estar estresados".
Brigada de rescate para catástrofes
Kueka, Ness y Aron no ladran ni gruñen cuando sienten la presencia de un
extraño. Esa condición los hace diferentes y los enlaza con un destino
común: buscarán personas que hayan sido víctimas de catástrofes, sobre todo
de terremotos.
"Si ladran o se ponen en posición de ataque ante una persona no servirán
para esta tarea", dice el jefe de la Dirección Bomberos de Mendoza,
comisario Angel Azor. Los tres perros —que llevan el apellido Von Alest —
son ovejeros alemanes con riguroso pedigré. Formarán parte de una brigada de
rescate en terremotos, ya que es una región de riesgo sísmico.
"En los primeros dos años los canes tienen una actividad continua, se los
socializa con la gente, se los obliga a pasear por lugares públicos para que
aprendan a convivir con el ruido y el movimiento de las ciudades", explica
el adiestrador, sargento Roberto Berrios. Las tareas son todos los días.
"Una fase importante es conocer el olor humano", dice. De eso dependerá
encontrar a las víctimas entre los escombros. Kueka, Ness y Aron aprenden
rápido. Juegan, se distraen, son amistosos con los extraños. Ni ladran.
Dentro de un año y medio estarán listos para entrar en acción.
Pueden detectar hasta 3.600 tipos de explosivos
En la División Detección y Adiestramiento de la Brigada de Explosivos de la
Policía Federal, en Palermo, viven, en cómodos caniles, 18 labradores
dorados, negros y marrones. Son tiernos y responden a las caricias, pero
todo cambia cuando el entrenador grita ¡seek! (¡busca!). Entonces saben que
es hora de trabajar ¿Qué hacen? Detectan explosivos. Son capaces de detectar
3.600 clases: municiones, pólvora, TNT...
El entrenador les habla en inglés porque los perritos son yankees. Nacieron
y se capacitaron en una escuela de Front Royal, Virginia, Estados Unidos.
Llegaron a la Argentina en 1995 por un convenio de la Federal con el
Departamento de Estado norteamericano a través de la Oficina de Cooperación
Antiterrorista. Fueron donados y valuados en 50.000 pesos cada uno.
Estos perritos cumplen diversas tareas: huelen el auto presidencial para
comprobar que no haya explosivos, huelen salas y rincones de la Casa de
Gobierno, pasillos y oficinas de los tribunales de Comodoro Py, participan
de allanamientos y siempre están presentes cuando alguien importante llega
al país. El dorado Troy, por ejemplo, integró la custodia de Bill Clinton.
Al negrito Blue le ponen un cordón detonante en la boca del tanque de nafta
de un auto. Huele las gomas, el baúl y en diez segundos descubre los dos
gramos de explosivos. ¿Cómo avisa? Se sienta y espera que le paguen con
alimento balanceado.
"Entré hace dos años y era un poco escéptico, pero hoy tengo que decir que
los perros son infalibles", asegura el subcomisario Arturo Martínez. Y
presenta a Rox y Rudy, dos pastores belgas molinois donados por los Bomberos
de París. Ellos responden al ¡Cherchez et aboyez! (¡busca y ladra!) y al
¡Pas toucher! (no tocar).
Se entrenan para buscar personas sepultadas bajo los escombros, algo que aún
no existe en el país. A diferencia de los otros perros, que trabajan por la
comida, ellos lo hacen por un juguete. Saben que cuando encuentren a alguien
enterrado, deberán ladrar y así recibirán su premio.
"Actúan por instinto y son feroces"
Esta semana desembarcaron en el depósito de la Aduana de Barracas 3
importantes contenedores. Y para custodiarlos llegaron seis representantes
del Centro de Cría de Perros Especiales de la Gendarmería: cuatro schnauzer
gigantes y dos labradores. Ellos no tienen idea de lo que hay dentro, pero
saben que tienen que vigilarlos con garras y colmillos. Y con su vida.
Capo es un schnauzer negro que tiene 7 años, pesa 50 kilos, y mete miedo. Su
función es justamente ésa. Por eso viajó a Río Negro y a Neuquén cuando hubo
disturbios o hubo que "esparcir gente". Su guía, el alférez Dallacorte,
asegura que jamás le hizo nada a nadie, pero seguro ya intimidó a más de
uno. "Actúa por instinto, y si ataca puede desgarrar, masticar y arrastrar a
una persona de hasta 80 kilos", explica. El alférez dice que cuando Capo se
jubile —en dos años— lo va a llevar a su casa.
Mientras tanto, Capo deberá seguir imponiendo su presencia en desmanes y
protestas. Y también deberá continuar con la vigilancia de presos (ya conoce
a varios famosos) que están en Campo de Mayo. "Mejor que no se escape
ninguno porque lo destroza", advierte el alférez.
Pero al depósito de la calle Zepita también llegaron dos labradores color
chocolate. Uno de ellos se llama Barrabás, que tiene dos años y ojos de un
extraño color amarillo. El perrito, de cara dulce y 35 kilos, tiene que
detectar narcóticos (marihuana, cocaína ...). Y su rutina consiste en
revisar autos, contenedores o participar de todo tipo de allanamientos.
Cuando encuentra droga comienza a ladrar de una manera desaforada para que
le den su paga —que obviamente no es nada de lo que encontró— sino un simple
juguete.
Su guía en la Gendarmería es Jorge Acelbón: "El jamás podría atacar a nadie,
sólo quiere jugar. Por eso se esmera en trabajar, para recibir su premio",
explica orgulloso el hombre uniformado de verde.
Chance y Mía, los ojos de dos hermanos ciegos
Chance y Mía ya viajaron en avión, barco, subte, colectivo. Pasearon por
shoppings, comieron en restoranes, soportaron colas en bancos, y esperaron
turno en dentistas y peluquerías. También conocen playas, montañas y varios
países. Y sólo tienen 3 y 4 años. Es que Chance y Mía son labradores muy
especiales: son los incondicionales compañeros de Alberto y Ana Bravo, dos
hermanos ciegos de 50 y 51 años.
Los perritos fueron educados y entrenados en la Michigan Leader Dog School
durante un año. En ese tiempo hicieron todo lo que un humano puede llegar a
hacer, y más. Es que en su andar deben aprender a medir las distancias y los
riesgos de ellos mismos y de la persona que tienen a su lado. El trabajo de
aprendizaje no es simple, y por eso el entrenamiento de cada uno de estos
perros cuesta 25.000 dólares.
Pero Alberto y Ana no tuvieron que pagar ni un peso para traérselos: "Es
importante que la gente sepa que existe esta fundación, que entrena 300
perros por año y hay una cantidad para repartir a países de América latina",
explica Alberto. Y dan su teléfono para informes: 15-4088-5595.
Para ellos, la llegada de Chance (en febrero del 2000) y Mía (en febrero del
99) fue como volver a nacer. "Me cambió la vida. Yo antes era temerosa y
ahora me siento independiente. Me arrepiento de no haber tenido un perro
antes", asegura Ana, que atiende un bar del hospital Garrahan.
"La sensación que tuve cuando me dieron a Chance fue que podía pensar en
cualquier lugar del mundo y saber que iba a llegar", dice Alberto. Los
hermanos tuvieron la confirmación este verano, cuando fueron a Valencia y a
Madrid. "En un momento nos bajamos de un taxi, que nos dejó en una estación,
pero queríamos ir al hotel. Primero nos desesperamos, pero los perros
cruzaron, doblaron en varias esquinas y al ratito llegamos", cuenta Ana.
Alberto se ríe y recuerda su primera salida con Chance en Buenos Aires. "Fue
una prueba de fuego para el pobre, porque estaba acostumbrado a Estados
Unidos, donde todo es ordenado. Y lo llevé a pasear por la calle Corrientes
un día de semana a la tarde. No sólo tuvo que esquivar gente sino pozos,
basura, carteles, veredas rotas y yo no me estresé ni me enteré".
Se podría pensar que son perritos sacrificados, pero Ana y Alberto no están
de acuerdo: "No salen con paseadores desconocidos ni se quedan solos en casa
extrañando, ellos tienen la fortuna de estar todo el día acompañados y
mimados". Como si entendieran el significado de sus palabras, Chance y Mía
se les pegan a las piernas y no dejan de mover la cola.
| Homepage
| Tarjetas
| Foro
y Clasificados | Mascotas
| Servicios
| Informes Veterinarios
|
| Textos
Caninum | Guía
de Veterinarias | Guía
de Criaderos | Contáctenos
|
|